Alba de tinieblas by Eduardo Vaquerizo

Alba de tinieblas by Eduardo Vaquerizo

autor:Eduardo Vaquerizo [Vaquerizo, Eduardo]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Fantástico, Ucronía
editor: ePubLibre
publicado: 2018-01-01T00:00:00+00:00


45

El fin de la batalla

Alejandro Farnesio

Mediados de junio de 1573

Los Llanos de San Martin

La estrategia parecía haber funcionado demasiado bien. La inmensa galera terrestre, como si la insignia de don Juan fuera su carnada, giraba y se movía en su dirección. Eso la había llevado a un terreno no tan favorable a su desplazamiento, hasta tal punto que los cañones juanistas habían conseguido acertarle en los flancos en un par de ocasiones. Se habían iniciado pequeños incendios apagados sin consecuencias. Pero, igual que la lentitud de la máquina había permitido mejorar la puntería de los artilleros en tierra, los de la máquina, situados a mayor altura, con práctica de tirar desde una plataforma móvil y con cañones montados en cureñas de muy fácil movimiento, afinaron de tal modo que las tropas juanistas habían optado por desperdigarse y no formar los tradicionales cuadros cerrados y líneas, porque eran barridos por fuego enemigo de metralla con gran facilidad.

Con todo, la máquina, a tan sólo media legua ya de la posición de Alejandro Farnesio, estaba comenzando a sufrir un ataque peor. Los mercenarios italianos no daban abasto para mantener las cuñas abiertas en las líneas juanistas y, a la vez, proteger a la máquina. El estupor entre los soldados juanistas había dado paso a varias mañas creadas con el fin de acercarse lo suficiente como para que el ángulo de tiro desde la borda no diera para acertarles. Una vez allí, algunos habían trabajado por interponer piedras y troncos en las inmensas ruedas del vehículo. Otros, quizá más iluminados por la gracia divina, habían decidido recurrir a un viejo amigo de la destrucción, el fuego. Habían empapado los costados de la bestia rompiendo contra ellos redomas de aceite a las que luego habían prendido fuego. Había secciones que habían apagado desde la borda tirando arena mezclada con una sustancia pegajosa, pero otras, fuera de su alcance, seguían ardiendo. En algunos casos el fuego había comido las planchas exteriores de la máquina y se veían ya las cuadernas curvadas, expuestas, y dentro del ingenio, tuberías y maquinarias.

A los mercenarios no les iba mucho mejor. En cuanto se alejaban del fuego de cobertura de la máquina y las tropas juanistas podían combatir de modo convencional, perdían terreno debido a su menor número. Se cerraron así varias de las brechas abiertas. Alejandro Farnesio, cerca de la acción, podía ver cómo todos esos sucesos iban desenvolviéndose justo bajo sus bigotes. Tal y como había dicho su amigo y señor, aquello era estar cerca de la batalla, más de uno y más de dos de sus acompañantes habían resultado heridos y su sangre le había salpicado la cara y el brillante metal de su peto.

La virtud de aquella posición era que sus órdenes llegaban muy rápido y las tropas se movían para sacar ventajas de cada debilidad del enemigo. Farnesio, con los ojos llorosos de mantenerlos muy abiertos a pesar del sol y de las nubes de humo que envolvían periódicamente el monte que ocupaban, ordenaba tropas tras



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